viernes, 27 de junio de 2014

El don de ser inoportuno

La noche dejó un cadáver en el malecón. De hecho, lo sorprendente para ellos, fue el hecho de que arrancando un hilo oscuro del pantalón, quedase el cuerpo casi desnudo. Pretendían apartarlo de delante del coche.

la bajo la luna brilló la imagen pétrea de un striper, cerca del noray del yate de veintiún pies.

Luis y Susana tiraron de un cabo, que les acercó la nave, baja y rápida. Sacaron el resto del alijo. Mirando de reojo el muñeco roto.

No habían calculado que un tipo musculoso les descubriese en su trabajo nocturno, ni que el sujeto descamisado quisiera hacerse el héroe.

Posteriormente se les pudo ver guardando la cadena de hierro y el alijo en maletero de un Audi, y arrancar despacio sobre la grava.

Les vi partir hacia la ciudad, dejando un monigote con taparrabos, una botella de ron casi vacía, y una camisa nadando en las aguas tornasoladas del mar del pequeño puerto.

En mitad de la noche, alguien había estado en lugar menos oportuno.

Albada

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