jueves, 21 de agosto de 2014

La siesta; placer de dioses

“Y al séptimo día descansó” asegura el Génesis.

¿Pero que creen? ¿Qué en los seis anteriores no se tomó ni un momento de reposo?

Seguro que después de trabajar duramente para encontrar un azul irresistible para el mar o para pintar un ojo de agua en cada pluma del pavo real, tuvo que pararse y descansar.

Fijo que eligió para ello una nube blanca y esponjosa en la que reposar sus cansados huesos.

Tal vez buscase para relajarse  un sitio bien ventilado en el que una leve brisa meciera sus cabellos… y así, en un placentero duermevela, soñando con una planta que produjera higos o con la  linea para la cintura de la mujer, perdería dulcemente la consciencia.

Las campanadas del reloj de la plaza me desploman bruscamente sobre el mundo de los mortales y dejo que Yahveh siga con sus “afanes” mientras yo me incorporo a los míos, eso sí, me siento como dios después de una siesta divina.



desasosegada

1 comentario:

  1. Pues sí, Marga, esos duermevelas estivales son de lo más creativos, como lo demuestras en este texto, amén de reparadores,
    reconfortadores y proveedores de nuevos ánimos para rematar la jornada. Yo creo que los españoles deberíamos, definitivamente, patentar la siesta. Y cobrar por ello a los seriotes europeos del Norte, como ellos nos cobran por su organización y aparente eficiencia. Un abrazo.

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