viernes, 12 de febrero de 2016

Extraños en un tren

Son las 7,39, oigo rebufar el metro dentro del túnel y respiro aliviada.
Tengo seis minutos, exactamente seis, hasta la próxima parada, pero muchísimo que hacer.
Cuando el enorme gusano se asoma a Argüelles saco mis pinturas y aprovechando la luz el sol me extiendo el rimel.
En dos minutos vuelve a hundirse, entonces me coloco los pendientes y el fular y aún me queda tiempo para cepillarme el pelo.
Un vaivén algo brusco anuncia la llegada a la estación… contengo el aliento y espero.
Las puertas se abren y espero.
La gente entra en tropel y espero…
- ”Pero ¿donde demonios estás?”
Entonces te veo bajar las escaleras en tromba: “Corre por dios, corre… hoy no puedes perderlo. No puedo esperar ni un día más para decirte que las 7,45 son el momento clave de mi día, que me he acostumbrado a colocarme a tu lado y rozarte al ritmo de las curvas y no concibo hecho más erótico, que me he enamorado de un desconocido co mo una loca, como una niña, como una idiota”
Ajenas a mi angustia las puertas del tren se cierran y te dejan, corriendo aún en el anden, con los brazos abiertos, como clamando al cielo.
El metro reanuda su pesada marcha, mientras yo parpadeo con mis pestañas recién pintadas
desasosegada