La suciedad del saco era proporcional a su tamaño.
El hombre que lo sujetaba vestía una gabardina raída y maloliente, cuyo color, oscurecido por todo el tiempo que llevaba cubriéndolo sin ver agua y jabón, le servía de camuflaje en la esquina más oscura del cuarto infantil.
El niño lo olió mucho antes de verlo. Quiso preguntarle quién era, pero se mordió la lengua justo a tiempo. Su madre le había explicado por qué no debía hablar con extraños. Sentía curiosidad aunque el montse
El hombre que lo sujetaba vestía una gabardina raída y maloliente, cuyo color, oscurecido por todo el tiempo que llevaba cubriéndolo sin ver agua y jabón, le servía de camuflaje en la esquina más oscura del cuarto infantil.
El niño lo olió mucho antes de verlo. Quiso preguntarle quién era, pero se mordió la lengua justo a tiempo. Su madre le había explicado por qué no debía hablar con extraños. Sentía curiosidad aunque el montse
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