El frío va calando entre mis dedos, noto las manos heladas. Pero estoy sudando. Poco a poco disminuye a mi alrededor el aire para respirar. Vago perdida en la niebla, buscando referencias inútilmente, palpando el silencio y la humedad.
Tropiezo con otra lápida más. Mi nombre yace bajo unas rosas. Grito cada vez con más fuerza. Con más rabia. Con más miedo.
Cuando un sonido, similar a un chasquido de dedos me despierta, abro la puerta arañada.
Llegué a pensar que no podría despertar. Albada
Paseaba entre las lapidas y panteones, hacía la ronda de noche en el cementerio municipal, había visto de todo, desde gamberros guasones pintando, parejas con un sentido especial de la provocación, y ladrones con pocas ganas de pelea con sus victimas, pero la puerta de un panteón arañada brutalmente, con restos de uñas incrustadas, cómo con un deseo irrefrenable por entrar, no lo habá visto nunca.
ResponderEliminarGracias. Pero explicaba una pesadilla muy vívida. La perra arañaba la puerta, asustada, para entrar en mi dormitorio.
EliminarUn abrazo.
Muy bueno Albada y muy bueno Alfred.
ResponderEliminarUn día vi mi nombre y mi apellido en una lápida y me entró pánico, no porque pensara que iba dirigida a mí, tenía claro que era la de mi madre, si no porque me inundo la certeza (siempre evidente y siempre evitada) de que pronto estaría yo allí.
Por la parte que me toca...
EliminarHombre...yo sé que llegaré allí, por lo que no tengo prisa. Sé que llegaré a tiempo.
Gracias. Un abrazo.