Casi cada mañana lo saludaba, si no era así, no era por culpa suya, si no porque se escondía.
Y eso qué solo verlo le cegaba, de forma que era imposible mirarle a la cara, por muy lejos que estuviera.
Pero era su rito matutino, solo levantarse salir a contemplarlo y agradecerle su presencia, símbolo de vida.
Sabía que el día que no estuviese, ni que fuera escondido entre nubes, su existencia se acababa.
Pero no era por eso, que lo saludaba alborozado, era por cómo relucía todo con su caricia. Alfred
Y eso qué solo verlo le cegaba, de forma que era imposible mirarle a la cara, por muy lejos que estuviera.
Pero era su rito matutino, solo levantarse salir a contemplarlo y agradecerle su presencia, símbolo de vida.
Sabía que el día que no estuviese, ni que fuera escondido entre nubes, su existencia se acababa.
Pero no era por eso, que lo saludaba alborozado, era por cómo relucía todo con su caricia. Alfred
A veces, prisioneros en nuestras ciudades, perdemos contacto con la naturaleza y olvidamos la maravilla diaria de la salida y la puesta de sol.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias marga, tus flores iluminadas por el sol, son pura maravilla. Saludos.
ResponderEliminarEsa mirada tan infantil de ver esa estrella tan chiquitita me ha llegado al alma.
ResponderEliminarQué cosas.
Un abrazo
Las miradas infantiles perduran en nuestro corazón, y nos acompañan hasta nuestra vejez. Un abrazo.
EliminarQuien pueda tener en cuenta la salida y puesta de esa estrella tiene una luz interior asegurada.
ResponderEliminarGracias! emotivo comentario. Un abrazo.
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