Alberto, mi hermano gemelo, murió muy joven y sin haber publicado una línea. Juntos habíamos cultivado nuestra afición literaria. Era yo quien más ambicionaba la gloria, pero reconozco que era él quien escribía con la genialidad de los elegidos. Cuando decidí presentar su novela inédita, firmada por mí, al más importante premio literario, quise tranquilizarme pensando que en el fondo le rendía un homenaje.
Llegó la noche de la gala y me proclamaron ganador. Tembloroso, iba a iniciar la marcha hacia el escenario cuando una figura lo escaló con agilidad y ví que era Alberto. A punto de desmayarme le oí decir ante el micrófono, mirando a lo alto, que en aquella noche tan especial no podía dejar de recordar a su querido hermano fallecido. Instintivamente dirigí la mirada hacia mi pecho. Me sobrecogió un vértigo mortal cuando mis ojos sólo encontraron una silla vacía.
El Manco del Espanto
Llegó la noche de la gala y me proclamaron ganador. Tembloroso, iba a iniciar la marcha hacia el escenario cuando una figura lo escaló con agilidad y ví que era Alberto. A punto de desmayarme le oí decir ante el micrófono, mirando a lo alto, que en aquella noche tan especial no podía dejar de recordar a su querido hermano fallecido. Instintivamente dirigí la mirada hacia mi pecho. Me sobrecogió un vértigo mortal cuando mis ojos sólo encontraron una silla vacía.
El Manco del Espanto