No me gusta que se rasgue el cielo.
Que no pueda contener tanta agitación hermética de gotas.
Sentado en el regazo del asedio y mirando arriba.
Con ojos cerrados dejo que mil pequeñas agujas de agua me sorprendan la cara.
La gente corre siempre dejando rastros lavados y ella detrás sin descanso.
Implacable a ratos se hace dueña de la vida.
Conocida visita del tiempo longevo.
De la tierra sin óxido.
Del aire transparente y con ganas de ser aire.
De los bosques vastos y de la vegetación sin herir.
La que subía del arroyo de cristal dulce hasta un cielo de puro añil.
Ese tiempo limpio que ya no vuelve.
Hoy ya no me gusta la lágrima del cielo herido. Me hace precisar tus brazos.
Prefiero no saber el final de sus caudales. Hacen que recuerde tus ideas de fuego.
El cariño que no existe y la caricia pálida de aquel día.
La humedad de los mares duros de color humo.
Quisiera que ya no me llueva por dentro.
Que no recorra tu calle de deseo y gloria.
Que no tema desangrarme frente a ti en algún reencuentro.
Para que no descubra al mundo lo que de ti… aún llevo en mi historia.
EMILIO BAREIRO
Hermoso.
ResponderEliminarSiempre mueve a la nostalgia, aunque ahora tenemos nostalgia de ella.
Un saludo.
Precioso poema. Me inspira uno que ahora posteo en este blog.
ResponderEliminarUn saludo