miércoles, 1 de noviembre de 2017

Encapuchado

Querida Elena

Cuando, por tu traslado a Sevilla, te vi por última vez, me pareciste siempre una mujer fuerte, equilibrada y madura. No entiendo cómo dices en tu carta, tan tranquila, que hace unos meses sorprendiste a un hombre bajo tu cama, que dormitaba tranquilo, y que se lo permitiste. “Además, bajo el lado bueno de la cama”, dices enojada en tu misiva. Que le viste tan tranquilo que no te atreviste a decir nada. No te entiendo, la verdad.

Me explicas que aquella primera vez descansaste tan bien que hasta media mañana no recordaste el incidente, y eso ya me preocupa un poco, pero cuando afirmas que eso ocurre cada noche; que siempre, cuando miras bajo la cama, está el señor de la capucha, como tú le llamas, dormitando, pero que de día nunca le ves, y que jamás habéis cruzado una palabra, he estado a punto de llamar a la policía.


Me refieres que tu vida es normal, como siempre, y que has aceptado la situación porque hace días decidiste cambiar de lado de la cama, y yo ya no sé qué pensar, porque hace días que la sombra de un encapuchado hace el amago de pararse en la puerta de mi habitación.


Albada

lunes, 30 de octubre de 2017

Otoño en las nostalgias

Hace algún tiempo, en el lugar inmaterial de las letras sueltas, por las visitas constantes y las miradas sedientas de sus habitantes, llegó a formarse un lago de afectos literarios.
Allí acudían los lectores que hilvanaban párrafos porque el cuerpo se lo pedía, los que encadenaban pequeños textos entre sí, o comentaban lo dejado por otros. Eran unos habitantes con mucho que imaginar o que decir y nada que perder. Con la pasión compartida hacia los pequeños manojillos de letras que destilaban ingenio o reflexión, historias o poesías, caricias de papel o hachazos de intriga. Llegó un otoño en el que las hojas, con sus mil matices de ocre, casi impidieron ver la belleza del bosque. Caminaron sobre la tierra, sin dejar de mirar el lago de los afectos, pero el invierno fue largo. Hubo quien se iba y regresaba, quien se iba y nunca volvió.
Pasaron los años, las primaveras vieron llegar nuevos paseantes y turistas de un instante, pero el lago seguía albergando el agua de los afectos que jamás se aniquiló
Por eso, para algunos, cada otoño nos trae el sabor a un verano que sabemos que jamás regresará, pero que añoramos, porque ¿quién, alguna vez, no desea regresar adonde fue feliz?


Albada

Nostalgia en los otoños

Hace algún tiempo, en el lugar inmaterial de las letras sueltas, por las visitas constantes y las miradas sedientas de sus habitantes, llegó a formarse un lago de afectos literarios.
Allí acudían los lectores que hilvanaban párrafos porque el cuerpo se lo pedía, los que encadenaban pequeños textos entre sí, o comentaban lo dejado por otros. Eran unos habitantes con mucho que imaginar o que decir y nada que perder. Con la pasión compartida hacia los pequeños manojillos de letras que destilaban ingenio o reflexión, historias o poesías, caricias de papel o hachazos de intriga. Llegó un otoño en el que las hojas, con sus mil matices de ocre, casi impidieron ver la belleza del bosque. Caminaron sobre la tierra, sin dejar de mirar el lago de los afectos, pero el invierno fue largo, hubo quien se iba y regresaba, quien se iba y nunca volvió.
Pasaron los años, las primaveras vieron llegar nuevos paseantes y turistas de un instante, pero el lago seguía albergando el agua de los afectos que jamás se aniquiló
Por eso, para algunos, cada otoño nos trae el sabor a un verano que sabemos que jamás regresará, pero que añoramos, porque ¿quién, alguna vez, no desea regresar adonde fue feliz?


Albada

Sonrisas de post.realidad

Le ofrecieron la luna y ella puso en su falda una sonrisa. Buscó escenarios, paseando por la ciudad de las consignas y se detuvo ante dos ventanas ciegas de un blanco edificio, de la calle Siesta, cercana a la Plaza de las mentiras por desentrañar.


Estuvo ahí posando hasta que un tipo le preguntó el porqué de su sonrisa. En ese momento ella dejó sus manos libres y la falda se puso a ondear ante un viento de dudas, pero el fotógrafo había captado e inmortalizado a la mujer sonriente, la de la post-realidad.

albada