La obvia belleza de cierto tipo de tristeza...

Te veo lavar tu pelo imaginando que la palangana oculta tu sucedáneo de sonrisa. Abres las cortinas y el día ansioso te quema sobre mis retinas húmedas. Vacías los cajones a cámara lenta e ignoras las súplicas que estallan ajadas como tuertos fuegos artificiales. Rehaces a dos manos la maleta que una vez cuatro deshicieron. Y cuando te vas sólo queda una estela que clavo al suelo, un olor que encierro en el desván y una llama que, aunque agoniza en mi estómago, siento lejana a apagarse.