Se hizo un corte, después otro y aún otro más. La nariz, tal vez por empatía, manaba como un grifo en tales ocasiones. El suelo del aseo se ponía escandaloso y peligrosamente resbaladizo de espuma sanguinolenta. Sin embargo, era precavido: el botiquín de primeros auxilios y la fregona eran fieles acompañantes en los afeitados. Algún día probaría con la maquinilla eléctrica, a la cual tenía mucho respeto. Hasta entonces, la situación estaba bajo control.
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Buen relato, especialmente para los que nos hemos hecho alguna que otra sangría. Yo también soy más de cuchilla, jejeje.
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