El arrullo de las olas lo adormece. Se deja acunar y zarandear como un náufrago resignado en brazos del océano. Sólo queda él en la pequeña embarcación. Sueña que está en un moisés y que pronto una princesa lo sacará de las aguas. Nada sucede. Continúa a la deriva en ese inmenso desierto mojado de sal. Despierta cuando su barca destrozada ya está varada en la playa. Ha llegado a la tierra prometida. Se arrastra entre pequeñas dunas y palmeras hasta que grandes edificios aparecen ante su vista. Ha sobrevivido a su éxodo y aún así, sabe que no es suficiente. No sin papeles.
Saryle
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Saryle

!Qué bonito, Sara! hasta me mareo el vaivén, jeje
ResponderEliminarGracias Marga. Supongo que los brazos del mar, aunque te mezcan y acunen, son implacables. Un saludo.
ResponderEliminarUn tema muy duro, tratado con mucha suavidad y belleza, Saryle. Interesante esa fusión transcultural que también puede leerse en el concepto "éxodo".
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