Pero aquel día...
Me levanté con el pié izquierdo y vi un gato negro.
Llegué a la comida de trabajo; éramos 13, lo cual terminó de crisparme.
Para relajarme bebí más de lo prudente y terminé llamando gilipollas al cliente.
A la vuelta, mi jefe me despidió sin dejarme, ni siquiera, explicarme.
¡Menos mal que era 12 y lunes! así al menos salve la vida.
desasosegada

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