Con un impulso involuntario muevo levemente la mecedora y me invade el tiempo lento del reloj de la abuela: tic-tac, tic-tac.
El fino visillo se estremece mecido por una brisa inesperada.
Y yo me sumerjo suavemente en un duermevela placentero, en una calidez inconsciente que me aleja de todo, etérea.
Rinnggggg, un brioso timbrazo deshace el embrujo y devuelve a la tarde su pulso y a mi, mis urgencias.
desasosegada

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