Flotaba en un espacio lechoso, sin ninguna referencia. Se desplazaba de aquí para allá o al menos eso sentía, ya que todo era uniforme. No tenía hambre ni sed; no tenía deseos. Ni nada que hacer. Podían ser dos cosas, o el cielo o el infierno. Aunque había otra posibilidad, que alguien lo hubiera transportado a una dimensión extraña y lo estuviera observando para decidir qué hacer con él. No rezó ni maldijo, pues era incapaz. Se mantuvo como durante toda su existencia: perfectamente ecuánime.
Anónimo
Blogged with MessageDance using Gmail | Reply On Twitter
Anónimo

Y todos conocemos personas así, ¿verdad?. Ni se secan ni se mojan con nada. Dormitan. Pasan.
ResponderEliminarUn abrazo
Ciertamente, Luis. Me parecen lamentables esas personas que solo se preocupan de sí mismas y de su entorno más cercano en todo caso. Que no se mojan, como bien dices. Otro abrazo para ti.
ResponderEliminar