El humo se podía cortar en aquel antro, era el nido del hampa en la ciudad, asesinos, policias y furcias convivían a partes iguales. Yo era el pianista, una simple marioneta de espaldas a la sala. Un espejo en frente era mi seguro de vida, en no pocas ocasiones su reflejo había servido para retirarme a tiempo y esquivar algún que otro golpe perdido, era mi informador y confidente. Alguien firmó nuestra sentencia de muerte sustituyendolo por un feo bodegón, resultaba un testigo demasiado incomodo
JESTA
Buena recreación de la famosa frase " don't shoot the pianist"
ResponderEliminarcountry49
Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn beso.