Las aceras humedecidas adquieren las formas y las costumbres de un animal mitológico herido de muerte.
Las farolas apenas rasgan la niebla, con su desesperado y siseante grito eléctrico.
Los edificios tiemblan ateridos, a pesar del esfuerzo de sus moradores por mantener sus entrañas a temperatura constante.
Los automóviles resoplan, se retuercen, danzan al son de un blues de asfalto y humo.
Mientras paseo, me resigno a no encontrar, hoy tampoco, la salida de este laberinto informe.
Cronopio
Las farolas apenas rasgan la niebla, con su desesperado y siseante grito eléctrico.
Los edificios tiemblan ateridos, a pesar del esfuerzo de sus moradores por mantener sus entrañas a temperatura constante.
Los automóviles resoplan, se retuercen, danzan al son de un blues de asfalto y humo.
Mientras paseo, me resigno a no encontrar, hoy tampoco, la salida de este laberinto informe.
Cronopio
Buen relato. Ha despertado mi curiosidad el modo de comtemplar las farolas en la niebla. Yo siempre las ví como más distantes en esas circunstancias y con la resignación de quien tiene que permanecer "ahí" pese a su "afonía" lumínica. Se diría que casi preferirian ser cipreses.
ResponderEliminarUn saludo.
Ese escenario urbanita teñido de niebla lo amueblas de forma perfecta.
ResponderEliminarEn esas condiciones de visibilidad, pueden verse crecer laberintos de simples sombras. Pero siempre tienen salida.
Me ha gustado.
Un abrazo .
Bonita imagen esa de las farolas que sueñan o con ser cipreses, anónimo. Gracias por tu comentario. Saludos de vuelta.
ResponderEliminarCronopio
Me alegra que te haya gustado, Albada.
ResponderEliminarLos laberintos de los que resulta más difícil escapar son, generalmente los que creamos nosotros mismos, pero aún así, yo también confío en que siempre es posible encontrar la salida.
Abrazos de vuelta.
Cronopio