Le tomó de la mano, dirigiéndole, paso a paso, en el cotidiano paseo por la fría acera invernal.
Él la dirigió, como de costumbre, esa expresión, entre dulce, inocente, y algo excitada pero también ausente, propia de los niños que aprenden a caminar.
Ella le devolvió, como cada día, una mirada de profunda ternura.
La que sólo se entiende desde el amor de una hija.
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ResponderEliminarEs cierto, son pocas las veces que la ternura se asoma a nuestras vidas y casi siempre aparece cerca de los niños.
ResponderEliminarGracias por comentar. Pero, aunque la expresión de él era infantil, ella era su hija, no su madre.
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