Miró el armario y los cajones con tu ropa. Acarició tu pluma y tus apegos.
Sintió la suavidad de tus manos y ese halo de ébano cerrando sus ojos...
-"Adivina quién soy".
Albada
El solitario que elegiste había sobrevivido a las tardes de lluvia, guardado en esa cajita adamascada donde exilió la cadencia de tus pasos por el pasillo y el arrullo de tus brazos. Al calzárselo en su dedo, te vio en un haz de luz huido de aquel brillante de talla imperfecta, como el tiempo verbal que lograsteis conjugar.
Sintió la suavidad de tus manos y ese halo de ébano cerrando sus ojos...
-"Adivina quién soy".
Albada
La noche rota por un haz de luz azulada que lo inunda todo, que acaricia su piel, que le sorprende una vez más, como la primera.
ResponderEliminarUn abrazo Alfred.
Es que los fantasmas, si se sienten amados, tal vez vuelven. Aunque sea un momentito. Pero no sé si en el mundo del más allá si regresan nada sea como la primera vez.
EliminarUn ejercicio cara al día de los difuntos. Ya ves.
Un abrazo.
¿Así le regaló el solitario? ¿Jugando a las adivinanzas?
ResponderEliminarBrillantes también tus formas, Albada.
Hombre...la viuda guarda ese regalo, que debió elegir él. Imaginé que el anillo de casada lo lleva puesto.
EliminarGracias por tu lectura, Anónimo. Un saludo.
Un relato deliciosamente misterioso y otoñal. Veo que inauguras nueva temporada. Muy bueno.
ResponderEliminarGracias Andrés. Tal vez inauguro el otoño, oficialmente. Pero por calendario, ya llevamos un poco.
EliminarUn abrazo.
A veces la inauguración de las estaciones no las dicta el calendario, sino un sentimiento o una sensación. Es como si nuestra alma llevara un cómputo de estaciones distinto y cambiante cada año. Hummm, creo que escribiré algo sobre eso...
ResponderEliminarMe parece genial, Andrés.
EliminarEl cómputo interno de las etapas, estaciones y apeaderos de cualquier vía de tren, sólo está anotado en el itinerario de cada locomotora de tren. Me encantará leerte.
Un abrazo.