Me acostumbré a verla cada año, instalándose a la entrada del parque, para ofrecer sus productos, castañas y boniatos asados en su punto, en las brasas de aquella estufa, que a la vez le resguardaba del frió, aunque realmente antes de verla, notaba por el olor del humo, que había empezado su actividad y con ella anunciaba la llegada del otoño. Era una mujer menuda, de una edad indefinida, pues su viva mirada compensaba las múltiples arrugas del rostro. Sonreí cuando alargó su mano ennegrecida.
Alfred
Preparo oposiciones, como sabes, para castañera de Plaza Mayor de León.
ResponderEliminarGracias por recordar que una sonrisa abre la mano al cucurucho de papel de diario cargadito de castañas asadas, calor humano y tiempo de olores y colores que amansan, que nos relajan y acercan a la naturaleza.
Un abrazo.
Por suerte no hay que ponerse noltálgicos, por que siguen ahí, con su aroma y calor inconfundible.
EliminarUn abrazo.
Has evocado uno de los placeres mayores del invierno; me encantan las castañas, me encanta el olor que recorre la calle y me encanta sentir el calor en las manos cuando achucas tu paquetito de papel de estraza. Por cierto !qué caras se han puesto!.
ResponderEliminarUn invernal abrazo.
Cierto, antes, ha mucho, las podías comprar sólo para calentarte el bolsillo y el ánimo.
EliminarUn abrazo.