martes, 2 de abril de 2013

Tragicomedia

Todos los actores deseábamos, pero también temíamos, trabajar con aquel director de escena. Era una original y pintoresca celebridad internacional, capaz de vestir a Medea de astronauta o de hacer que Otelo trabajase en una mina de carbón. Sólo dirigía tragedias, lo cual concordaba con su ácido carácter. Se sabía que era irrespetuoso y despótico, pero me sentí afortunado cuando me llamó para una prueba. Únicamente estábamos él y yo, disfrazado de bailarina y con un orinal en la mano. Las rodillas me temblaban cuando, con un hilo de voz, declamé el conocido “ser o no ser”. No me extrañó que estallase en carcajadas, aunque me pareció excesivo que se prolongasen más de diez minutos, y me alarmé cuando le vi amoratado e incapaz de respirar. Le diagnosticaron fallecimiento por apoplejía. En el ataúd todavía sonreía de oreja a oreja. Y pensar que aquel hombre detestaba los finales felices. El Manco del Espanto

El Manco de Espanto

3 comentarios:

  1. Disculpas por repetir este relato, la otra vez no puse el autor, lo repito para que se archive con los otros míos.

    El Manco.

    ResponderEliminar
  2. A mí este director de ficción me recuerda a uno de verdad. Uno que rima con "listo".

    ResponderEliminar
  3. Caliente, caliente...

    ResponderEliminar