Todos los actores deseábamos, pero también temíamos, trabajar con aquel director de escena. Era una original y pintoresca celebridad internacional, capaz de vestir a Medea de astronauta o de hacer que Otelo trabajase en una mina de carbón. Sólo dirigía tragedias, lo cual concordaba con su ácido carácter. Se sabía que era irrespetuoso y despótico, pero me sentí afortunado cuando me llamó para una prueba. Únicamente estábamos él y yo, disfrazado de bailarina y con un orinal en la mano. Las rodillas me temblaban cuando, con un hilo de voz, declamé el conocido “ser o no ser”. No me extrañó que estallase en carcajadas, aunque me pareció excesivo que se prolongasen más de diez minutos, y me alarmé cuando le vi amoratado e incapaz de respirar. Le diagnosticaron fallecimiento por apoplejía. En el ataúd todavía sonreía de oreja a oreja. Y pensar que aquel hombre detestaba los finales felices. El Manco del Espanto
El Manco de Espanto
El Manco de Espanto
Disculpas por repetir este relato, la otra vez no puse el autor, lo repito para que se archive con los otros míos.
ResponderEliminarEl Manco.
A mí este director de ficción me recuerda a uno de verdad. Uno que rima con "listo".
ResponderEliminarCaliente, caliente...
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