Sus piernas eran incansables, y no paraban de dar pedales. Mientras, distraía su mirada hacia la venta; viviendo caer la lluvia sin perder el ritmo de la música. Empapada en sudor, secaba su rostro con la toalla.
Las manecillas del reloj, estaban a punto de llegar a su hora. Aunque dicho movimiento fue imposible, por el gran estruendo que propino el rayo; cayendo el reloj al suelo. Perpleja y asustada, decidió dar por terminada la clase.
Yolanda Munoz-http://wp.me/3h9BN
Las manecillas del reloj, estaban a punto de llegar a su hora. Aunque dicho movimiento fue imposible, por el gran estruendo que propino el rayo; cayendo el reloj al suelo. Perpleja y asustada, decidió dar por terminada la clase.
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