martes, 11 de junio de 2013

UN VIAJE MÁGICO

Entusiasmado participaba del tan esperado espectáculo. Durante días se anunció la llegada de aquel magnifico hacedor de trucos imposibles. Miraba atento para ver como el mago ejecutaba su mejor ardid, cuando de pronto se detuvo y clavó su mirada felina en él. Él, que solo era un espectador más ¿Por qué él? Era tímido. No le gustaba para nada ser el centro de atención. Mujeres, niños, ancianos, maleantes y excombatientes volvieron sus rostros hacia él. Rostros con pieles de distintas tonalidades. Rostros que expresaban diferentes sentimientos. Algunos hubiesen querido ser él, el elegido; otros se persignaban agradecidos de no haber sido el blanco de la mirada de aquel hombre de rostro draculiano y ropa multicolor que llegó al pueblo en un viejo carromato en cuyo exterior podía leerse "UN VIAJE MÁGICO SIN RETORNO" Mucho tiempo después, cuando los niños que presenciaron esta desaparición peinaban canas, tuvieron conocimiento de lo que llamaban una leyenda urbana: El mago solo era un vil asesino, ávido de vísceras con las que comerciar. No lo sintieron por los hombres desaparecidos, se lamentaron porque se rió de su inocencia.

Mercedes Marín del Valle

El Truco Final

Ordenaron colocarle una venda en los ojos, lo amordazaron, le cubrieron la cabeza con un saco, lo esposaron y encadenaron todo su cuerpo. Finalmente, lo introdujeron en un baúl y cerraron todo con candados. La bellísima ayudante me eligió entre el público y me indicó que subiera al cofre. Levantaron una cortina que me ocultaba a la vista de los espectadores y segundos después, oí la voz del escapista y la ovación del público. Yo quería aplaudir, pero no podía moverme, tenía la boca tapada, sentía todos mis miembros atrapados con grilletes, me faltaba el aire y no veía nada. Algo no iba bien.

Manuel Montesinos

Mi vida, como gota de miel para el gato.

Y por un tiempo, todo cuánto había a mi alrededor decidió caprichosamente en demorarse, casi, hasta llegar a detenerse, como gota de miel espesa tras inclinar la cucharilla, se desliza lenta, muy lentamente, se asoma al borde de ésta y se estira más y más, de repente, se detiene temerosa ¡Tal vez! por miedo a ser degustada, ¡Que sé yo! Y el hilillo vuelve por su peso a tensarse -cada vez más fino- Y saco la lengua con ansia, ¡Ya rompe! me digo ¡Ya tarda! suspiro, y yo, con la lengua en grácil movimiento, paralizando mi vista frente al hilillo dorado. ¡Ya lo consigo! me digo entusiasmado. Y por un instante -horrorizado- mis ojos la pierden de vista sin que mi lengua pueda sentir nada del dulce deseado, esperado, soñado. ¿Y que ha ocurrido? me digo enojado, mientras levanto la mano, y es en ese maldito momento cuando la gota de miel se estampa en el piso. Y la miro, y ella parece mirarme y el gato se relame. Y le miro, ¡Ahora tendré que comerte! le digo cabreado. Jamás vi saltar y correr a un gato tan alto, tan rápido.

Ramón María

domingo, 9 de junio de 2013

BIZCOCHO MARINERO

Un golpe de aire seco mezcló la harina con la brisa de primavera. Sor Catalina que apenas veía, retiró sus lentes y dejó caer unas lágrimas sobre la masa del bizcocho. No quería defraudar a las Hermanas, que esperaban el momento de deleitarse con sus pasteles, de los que decían que evocaban un paisaje marino. La primera vez lloró de verdad cuando sintió la soledad como un látigo cruel sobre sus famélicos huesos.

Mercedes Marín del Valle

Preferentes

Nada sospeché cuando mi agente de viajes me pasó a la trastienda y me ofreció viajar por el tiempo. “Es un paquete especial, sólo para clientes preferentes”, dijo. Me escamó la palabra “preferentes”, pero me sedujo el atractivo de aquella oferta extraordinaria. “Apenas tiene riesgo y ofrece un gran interés”, añadió. Después explicó que dicho viaje no se hacía por transporte normal, sino por vía química. Bastante lógico, pensé. Firmé los papeles, pagué, y el día señalado me presenté en la agencia donde, nuevamente en la trastienda, mi agente me informó de cómo se administraba el fármaco: “Yo mismo le pondré el supositorio, no le dolerá”. Pero a la hora de la verdad noté como si me partieran en dos. Miré hacia atrás desencajado y vi a mi agente con el pantalón bajado y los ojos en blanco. “Disfruta del paquete, cariño. ¿No notas su enorme interés?”

El Manco del Espanto