sábado, 6 de julio de 2013

ENEMIGO

Torso al aire. Posición defensiva. No hay titubeos. Ambos púgiles se miran con desprecio. Empieza el combate. A los pocos segundos, un gancho no consigue alcanzar el mentón del rival, pero el siguiente golpe, tirado con rabia, alcanza la zona renal. La realidad se tambalea. Re-trocede y se frota la mano. Sacude la cabeza y frota sus ojos. El impacto ha sido duro, pero se recompone rápido. Debe afinar los golpes. Hace una finta pero no contraataca. El rival es más ágil de lo que suponía. Siempre mirando los puños del adversario, siempre pensando rápido, ignora la mejor forma de lanzar un ataque certero. Había infravalorado a su contrincante, que pa-recía esperar el momento exacto para dejarlo KO. Entonces observa una zona desprotegida. El rival no defiende sus pómulos y, al compartir altura, decide lanzar un directo. Si ataca rápido y esconde sus intenciones, lograría vencer. Debía ser efectivo como un cirujano. En caso de alargarse el combate, perdería: el púgil que tenía enfrente no era, como supuso, tan vulnerable. Saturado de odio, ataca. El golpe alcanza el objetivo y su mano comienza a san-grar. Cansado, sonríe. Cree haberlo machacado. Trozos de espejo se amontonan por el sue

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viernes, 5 de julio de 2013

ELLA

Estaba bajo la cama, era muy delgada y al mirarla temí que fuese real. Deseé fervientemente que sólo fuese un sueño, una ilusión provocada por la fiebre. La contemplé sin atreverme a pestañear. Era bella, con una belleza nimbada y etérea. Permanecía tendida e inmóvil, con los grandes ojos fijos, unas ojeras inquietantes y una palidez sobrenatural. No empuñaba la consabida guadaña, sino unas afiladas tijeras de podar. Transcurrieron unos instantes que para mí fueron largos, eternos, congelados en el tiempo. De pronto sólo sus ojos se movieron hacia mí, en un giro excesivo, antinatural, hasta la misma comisura de los párpados. Todo mi vello se erizó. Un brazo despegó de su costado y una mano aferró el mío, desnudo y ardiente. El gélido contacto me hizo estremecer hasta la médula de los huesos y un avispero ensordecedor casi hizo estallar mi cabeza. Pero entonces su mirada se dulcificó, sus párpados aletearon y su mano se hizo tibia. Tomó la mía, la enterró en su regazo y me encontré acostado a su lado. Su boca rozó mi oido y, en un creciente sopor, me acarició su voz, cristalina y maternal: "Mío... mío para siempre".

El Manco del Espanto

jueves, 4 de julio de 2013

Se hielan las colmenas en verano.

Nunca un repicar de campanas sobre las frías cruces me sonaron tan invernales en éste verano de muertos, callan los pájaros de los lustrosos y exuberantes jardines, y nadie parece padecer la alegría de tan luminosa estación. El escandaloso piar de las golondrinas escasean por las angostas callejuelas en ruinas, y rara vez observo el paso de alguien que fuera, todo parece sufrir de un letargo angustioso y cruel. El gentío palidece bajo sus propias sombras y hasta el Sol parece brillar sin su habitual calor, las abejas tiritan dentro y fuera de sus gélidas colmenas ¿Qué serán de las flores? me pregunto. Un niño avispado, observa ensimismado, como de un nido sobresalen unas rosadas y chillonas piadas repletas de arácnidos, se relame el estómago y llora el verano de sus días. ¡Quisiera ser ave! se exclama confundido.

Ramón María

miércoles, 3 de julio de 2013

La casa de la abuela; la cocina.

Adoro las cocinas; son el corazón de una casa.
Sencillas y cercanas, alejadas de los fastos del salón y de los desahogos del dormitorio, es allí, donde se cuece la vida del grupo.
Sentada en aquella mesa, a la que me izaban con un cojín de terciopelo dibujé trabajosamente mis primeras letras, rodeada de pelotillas de goma de borrar y de aromas de guisotes , ¡ay… donde habrá quedado aquella aprendiz enana de escritora!
 Hoy aquella estancia está fría y sin aromas y yo, melancólica, voy vaciando armarios y tirando nuestros enseres. En breve, otra familia urdirá aquí su historia.

desasosegada

El empleado modelo

Urban Volstein, entregado burócrata y neurótico aún no evaluado, tras dos décadas de entrega intachable a sus labores menores dentro de una oficina de gestión bursátil, pensó que de aquella monótona tarea de veinte años apenas pudo sacar dos lecciones muy valiosas: que el éxito no es más que una anécdota, generalmente muy puntual, y que el fracaso no es sino una forma más de éxito, o su consecuencia ineludible. Aquel día consiguió el ascenso codiciado tras lentísimos años de rutina insípida: por fin podría encargarse de la reprografía. Dos horas después lo despidieron por haberse fotocopiado las nalgas.

Juan Manuel Sánchez Moreno

martes, 2 de julio de 2013

La casa de la abuela; el salón.

Sentada en la penumbra de aquel salón que huele a infancia, intento reencontrar la calma. Con un impulso involuntario muevo levemente la mecedora y me invade el tiempo lento del reloj de la abuela: tic-tac, tic-tac...
El fino visillo se estremece mecido por una brizna de brisa inesperada.
Me sumerjo en un duermevela placentero que me aleja suavemente de todo, dejándome sin voluntad, como una pluma al viento.
 !!!!Ringggg!!! un brioso timbrazo deshace el embrujo y devuelve a la tarde su pulso y a mí mis urgencias.

desasosegada

domingo, 30 de junio de 2013

Quiromancia

"Te advierto que llevo prisa, pero dejaré que leas la palma de mi mano con la condición de que después me permitas leer la tuya", le dije cortésmente a la gitana. Fiel al pacto que acordamos, aún conservo su mano en la nevera en espera de una lectura consagrada, profunda.

Miguel Díaz Mirón Keusch

Su obra cumbre

Finalmente aceptó su invitación. Tenía mucha curiosidad por ver su lugar de trabajo. Pero sentía cierto reparo, casi temor. Veía en sus obras un trazo inquietante, quizá el color, o las formas. El conjunto le hacía encogerse un poco, como si unas manos invisibles salieran del lienzo para atraparla, quedándose a corta distancia de su rostro. El se comportó con una amabilidad exquisita, la tomó del brazo y le enseñó sus pequeños secretos, sus paletas, sus lienzos apilados en un rincón. Y por último su obra cumbre, maestra, la más genial que nunca pensó pintar. Antes de retirar el manto de algodón que la cubría, le reveló que se trataba de un retrato. Un retrato muy especial para él, y quizá también para ella. Aunque no comprendió el alcance de esta revelación, ella asintió y le murmuró que seguro que le encantaba. En un gesto rápido el pintor descubrió su obra. Y quedó ella petrificada ante su propia imagen atrapada en el rectángulo del lienzo. Hasta que unas manos procedentes del retrato avanzaron hacia su cuello y lo apretaron hasta que sus ojos dejaron de ver su reflejo en la pintura, y su boca quedó para siempre sin aliento. AsunBH®2 de febrero de 2013

Mª Asunción Buendía