Nunca he soportado al viejo. Me lo repito mientras las pisadas de mis botas y las de mis camaradas resuenan en la madrugada, camino de nuestra misión de esta noche. Nunca soporté sus charlas sobre democracia, decencia y derechos humanos.
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo que de verdad nunca le perdoné es que mi madre muriera en aquel coche conducido por él. El viejo quiso llenar el hueco que ella dejó, pero no supo o no pudo. En realidad yo no le permití hacerlo. Después presenció con tristeza mi inclinación violenta y mi radicalización política, hasta que el triunfo de los míos acabó de hundirle.
Ahora subo esta escalera, llego hasta esta puerta y la golpeo con estrépito. Aparece un hombre demacrado que me mira sin sorpresa, como alguien que aguarda una consumación.
Yo me limito a decir: “Acompáñanos, viejo. Venimos a por ti”
El Manco del Espanto
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo que de verdad nunca le perdoné es que mi madre muriera en aquel coche conducido por él. El viejo quiso llenar el hueco que ella dejó, pero no supo o no pudo. En realidad yo no le permití hacerlo. Después presenció con tristeza mi inclinación violenta y mi radicalización política, hasta que el triunfo de los míos acabó de hundirle.
Ahora subo esta escalera, llego hasta esta puerta y la golpeo con estrépito. Aparece un hombre demacrado que me mira sin sorpresa, como alguien que aguarda una consumación.
Yo me limito a decir: “Acompáñanos, viejo. Venimos a por ti”
El Manco del Espanto