jueves, 26 de diciembre de 2013

Entendida en fotogenia

Admiro profundamente a esas personas que aun llenos de mierda hasta el cuello, sonríen en las fotos porque la tienen bien repartida, un séquito de gente invisible que carga cuidadosamente con la mierda que en toda su trayectoria triunfal depositan. Qué suerte la suya. Ahora, cuídate mucho de no cruzarte en su camino, son letales y nocivos, hay quien huye casi en su presencia que si es breve dos veces buena.

Anonimato

martes, 24 de diciembre de 2013

Fin de fiesta

Pasaban los segundos, los minutos, las horas y ahí seguíamos todos, la fiesta continuaba pero de otra manera. A ver si me explico, ya no había música, ni gente bailando, ni botellas de alcohol deslizándose en la barra... Simplemente silencio. Los pocos que quedamos juntamos varias sillas en el porche y nos tumbamos rodeados de mantas esperando con paciencia el amanecer.

Más silencio.

Seis y media de la mañana, los conjuntos de luces comenzaron a dibujar una hermosa estampa que se proyectó ante nuestros ojos. Destellos anaranjados y rosáceos lucían aquella mañana de Junio. De fondo un arco, la piscina y más en el fondo aún el mar. Grandioso, eterno, perfecto y admirable.

Julio Pard

domingo, 22 de diciembre de 2013

Acróstico

(Únanse las primeras letras de cada párrafo para formar una palabra).

Fue una sorpresa aquel letrero: “Monasterio cisterciense a 5 kilómetros”.

A pesar de haber circulado varias veces por aquella carretera no lo había visto antes.

Nunca resisto la llamada del arte, así que, aunque ya anochecía, tomé inmediatamente la desviación.

Todo era soledad y silencio alrededor de aquellos muros sombríos en cuya puerta abierta nadie me detuvo.

Anduve por claustros y galerías en una semioscuridad lúgubre que habría sobrecogido a otro menos absorto en admirar arcos, cúpulas y capiteles, hasta que desemboqué en el espacioso refectorio.

Sí que me sobresalté entonces, pues, sentados a la mesa, veinte frailes encapuchados me miraron, pero al acercarme descubrí que bajo sus capuchas ¡no había nadie!

Mi carrera fue alocada e interminable y las bóvedas devolvieron el eco de mis gemidos.

Al día siguiente el letrero había desaparec ido y en lugar del monasterio únicamente encontré campo y, como el anterior anochecer, soledad y silencio.



El Manco del Espanto