sábado, 19 de julio de 2014

Un lugar entre el cielo y el infierno

Juguetea rítmicamente sobre la cama. Desnuda. Limpia. Su bonito cuerpo se exhibe orgulloso, seguro, escoltado por un ejército de hormonas, listas para la feliz batalla. Con los pies enredados en el cabezal, espera su regalo, ansiosa. Imaginando como se deslizará el aceite, con el que él a sacado a pasear sus deseos más prohibidos, alimentados durante todo el día, en forma de palabras...

El pasado le visita continuamente, con una regularidad creciente. Último consuelo donde se agarra el presente en un mítico acto de supervivencia.

El trayecto es corto, solo lo que tarda en cruzar el pasillo, con un arco iris de pastillas, el tensiómetro y ungüentos para las llagas, fruto estas, del apoltronamiento en un lugar que tiempo atrás, fue la expresión animal de ambos, en el inevitable descenso que dibuja la salud, cuando esta viaja, desde las más bellas alturas hacia un terreno que me es imposible describir.

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viernes, 18 de julio de 2014

La lengua del diablo

La figura del diablo se suele asociar a aquellas acciones que se caracterizan por ser negativas o por obrar en contra del sentido común y de lo que una misma sociedad considera como 'buenos modales'.

Algo similar es lo que sucedió con la historia de Madelenne, una joven de pelo rojizo que vivía en la zona de Coímbra (Portugal). Durante su niñez mostró un comportamiento diferente al resto de las muchachas de su clase. Le gustaba estar sola. No quería que ningún otro individuo se le acercase por muy buena que fuese a ser su acción.

Pero cuando Madelenne creció, comenzó a hablar con las demás personas. Malmetía entre ellas tanto, hasta el punto que llegaba a romper amistades y conseguía que dos personas se convirtieran en auténticos enemigos.

Por ello, se ganó el mote de la lengua del diablo. Mote que se popularizó tanto que Madelenne empezó a odiar a todas las personas que vivían en su urbanización. Por las noches se dedicaba a ocupar las vivi endas, esperando a sus víctimas para a posteriori...

Descubre como acaba el microrrelato en: http://

Cristóbal Gallego

jueves, 17 de julio de 2014

Un hotel en ninguna parte

¿Qué como terminé trabajando en este anodino hotel de carretera?

No sabría decirle.

Llegué agotada; cansada de pelear contra mi aciago destino, cansada de abusar de mis padres, de engañar a mis amigos, cansada de cansar, cansada de estar cansada.

Pero las fuerzas no me dieron para continuar la huida y embarranqué en este hotel. Incapaz de pagar el alojamiento me ofrecí como camarera para condonar mi deuda.

Siempre que me marcharía rápidamente pero primero me faltó energía y luego valor.

¡Y aquí me tiene usted! atendiendo a quien decide descansar en este lugar en medio de la nada.

Todos llegan con prisa; unos huyendo y otros buscando, pero todos afanosos.

Yo me limito a hacer por todos, lo que hoy estoy haciendo por usted; procurar que descansen para que al día siguiente puedan seguir corriendo, como ratones dando vueltas en la misma rueda.

Yo estoy bien aquí porque sé que da igual cuanto galopemos, todos estamos atrapad os en nuestra soledad y que este es un lugar tan bueno como otro cualquiera para ver pasar la vida.

Cada mañana les despido con un cordial “Buen viaje” y les dejo que sigan peleando con sus fantasmas.



desasosegada

miércoles, 16 de julio de 2014

Estando en la playa

Vigilando a los que juegan a palas en la orilla.

Observando a los que no separan la vista de una pantallita de móvil.

Esquivando a niños que corren como gazapos dejando lluvia de arena.

Escuchando conversaciones de este lado de un teléfono.

Saboreando un mejunje que se obstinan en llamar sangría.

Oliendo a fritangas y cremas de protección solar.

Notando en la piel cómo el sol engaña tras la sombrilla.

Leyendo, en los intervalos, la novela que guardo para vacaciones.

Disfrutando un poco de la tranquilidad del mar.

Ando anhelando que acabe esta semana de playa. Para olvidar.

Albada

martes, 15 de julio de 2014

El fantasma declinante

Mi manto, el manto que me permitía sentir cierta corporeidad, se deshilacha, va desapareciendo, cada vez es más pequeño. No sé qué quedará de mí cuando todo acabé. ¿Será el fin?

Al menos, no tendré que soportar sus risas, sus burlas, que me lancen líquidos, restos de comida. Quizá ahora podré recorrer la casa sin que noten mi presencia, más tranquilo. Podré observarles sin que sospechen que les espío. Seré yo quien se burle de ellos.



Juan Pedro Ortega Sánchez

El tren

La niña le dijo, sin hablar, adiós. Con aquellos ojos negros, profundos y misteriosos, que temblaban de pena. Luego se dio la vuelta ante lo irremediable. Y le ofreció al chaval un último recuerdo con su melena, que era como una densa cortina con la que ocultar las lágrimas.

Acortarían la distancia con las cartas que se escribirían todas las semanas. Y se sentirían, el uno al otro, a cientos de kilómetros, poniendo el oído en la vía del tren que unía sus dos lejanas ciudades.

El solo recibió las dos primeras, aunque cada semana enviaba la suya. Así pasaron los meses mientras una

honda pena iba llenando el pozo de su amargura hasta el brocal.

Como cada día, aquella mañana se acercó a la vía. Puso su oído sobre el raíl. Había llorado tanto y se sentía tan deprimido que se quedó dormido.

Vino el tren, el no sabría explicar cómo lo vio sin despertarse. Y le segó la cabeza. Sólo sintió cómo el agua de aquel pozo se teñía de r ojo e inundaba los raíles como un inmenso lago.

Su mamá lo despertó para ir a la escuela. Y, sorprendido, se encontró descansado y alegre.

Cuando llegó a la vía puso de nuevo su oído en ella. Sentía cómo un pálpito extraño.

Pero el cartero no tenía nada para él.

Abatido entró en la escuela. Y, de repente, se topó con unos ojos azules, de cielos limpios y claros, que también lo miraron.

La hija de los nuevo ferroviarios acababa de llegar. Por muchas razones nunca la olvidaría.



Francisco Rodríguez Tejedor