sábado, 6 de septiembre de 2014

La llave

El hombre toca el timbre. No sabe por qué.

Si esta mañana se dejó las llaves dentro. Se ha dado cuenta tras palparse

a conciencia los bolsillos.

Y toca, se dice de nuevo, sin saber por qué. El vive solo.

Pero alguien abre:

- ¿Qué quiere?

Es una chica joven y guapa. Rubia y minifaldera.

- Cómo que qué quiero. Es mi casa.

-Pues entre, no se quede ahí.

Y él entró.

Han pasado quince días y todavía no ha salido.

Tampoco quiere ir al cofrecito donde guarda las llaves.

Por si acaso.



Francisco Rodríguez Tejedor

viernes, 5 de septiembre de 2014

Un beso de gratitud

Micaela, que ya había cumplido los ochenta, pasaba grandes ratos con expresión meditabunda y nostálgica ante su vasta biblioteca. Ella, que nunca tuvo hijos, miraba a sus libros con la preocupación que una madre enferma observa a sus pequeños, pensando en qué sería de aquellos ejemplares cuando ella faltase. Esos libros a cuya lectura debía tantos viajes desprovista de maleta y equipaje. Ávida de saberes y sentires, sus ojos habían deambulado entre los textos como zahoríes en busca de las fuentes del conocimiento.

El día que Micaela barruntó cercana la muerte pidió a su asistenta que le pintara sus ajados labios de rojo carmín. Seguidamente ordenó que le acercase cada uno de aquellos viejos tomos. Con manos trémulas los fue abriendo uno a uno depositando un fervoroso beso en el interior de sus páginas, al tiempo que decía con voz queda y ojos llorosos “gracias compañero”, en un íntimo acto de gratitud y despedida. Esos libros habían llenado de plenitud su larga vida aferrada a una silla de ruedas.

Juana Mª Igarreta

Prontito.

Ahora que es inminente su llegada, tiemblo.

Tiemblo y dudo pensando lo que dejaré y deshojando lo que encontraré.

Y recuerdo sus manos y deseo tenerlo.

Recuerdo sus palabras y quiero tenerlas cerca.

Pero donde guardaré mis días sin hacer nada, donde mi pelo al viento, donde mis sueños de niña en un cuerpo de adulta.

Muchos donde y muchos caminos por andar.

lenita

jueves, 4 de septiembre de 2014

Vencido

La batalla, liberada del orden de estrategias iniciales, aumentó su violencia hasta alcanzar la visceralidad que anuncia un final sin prisioneros. Mi ejército, dirigido con mano inexperta, menguaba acelerado hasta el punto de ser incapaz de reprimir las embestidas enemigas. Y yo, obligado a recular con movimientos torpes, buscaba una escapatoria imposible.



Por fin, arrinconado y solo, fui derrotado por la reina negra que, con un golpe de cadera, hizo rodar sobre el tablero mi cuerpo de marfil.



Miguel A Algarra (relatos en minúsculas)

martes, 2 de septiembre de 2014

CUENTO CLÁSICO REVISADO BAJO LA LUZ DE LA MODERNIDAD

Primero fue la amenaza de cárcel tras besar al sapo. El argumento de que podía ser su príncipe no le sirvió de nada. El funcionario le advirtió, ensayando una exagerada cara de asco, que se jugaba la libertad si volvía a tocar esa especie protegida. “Son las leyes, son las leyes”. Después la imposibilidad de encontrar perdices; lo más parecido que halló era un sucedáneo deconstruido envasado en jugo de arándanos. También fue heroico saltar las cercas pinchosas que partían el monte en trozos, bajo, otra vez, la amenaza de cárcel por invadir una propiedad privada. Pero esquivó las dificultades (se hizo grande con ellas) y fue al lugar donde su amado debía esperarla, ya transformado en humano. El halcón mensajero había entregado unas instrucciones muy claras. Nada podía fallar. Ella deseaba besarlo sin prisa, con el resplandor de la luna reflejado en sus ojos. Sin embargo, al llegar, resopló de rabia, colocó los brazos en jarra y, mirando el firmamento, comprendió que no iba a ser posible: una impenetrable nube de polución lo encapotaba todo.

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Don Quijote en la biblioteca

Alonso Quijano, el célebre don Quijote, harto de permanecer oculto entre las páginas amarillentas de uno de los viejos volúmenes de una antigua biblioteca, aprovechando la soledad y el silencio de la noche y cerciorándose antes de que Sancho estaba sumergido en un profundo sueño, decidió salir en busca de nuevas aventuras y abandonar por unas horas su particular universo de papel.

La tarea no resultó sencilla, ya que, en previsión de lo que pudiese acontecer, se empeñó en llevar consigo la oxidada armadura y una de sus lanzas.

Gracias a la luz de la luna que iluminaba parcialmente la estancia, pudo observar que se hallaba rodeado de libros y lleno de júbilo se propuso encontrar alguna novela de caballería. Ayudado por su lanza a modo de pértiga, fue descolgándose por los estantes hasta topar con un libro nuevo y reluciente cuyo título llamó poderosamente su atención: “Los hombres que no amaban a las mujeres”. ¿Cómo serían aquellos hombres e n cuyo corazón no había sitio para ninguna Dulcinea? Tal vez necesitaban consejo de un noble caballero como él. Sin pensarlo un instante, se coló dentro. Quizás la mayor aventura todavía le estaba esperando.



Juana Mª Igarreta