martes, 22 de diciembre de 2015

El hombre de mi vida


No sólo mi oficio es el más antiguo del mundo, sino que además como soy antigua en él presumo de verlas venir de lejos. Toda regla tiene sus excepciones como podrán comprobar enseguida.
Aquel día era miércoles, lo recuerdo porque ese invierno nevó todos los miércoles, fenómeno que trajo de cabeza a meteorólogos, climatólogos y otros logos, pero que para mí tenía una explicación muy lógica: ese era mi día especial, dedicado a mi “cliente especial” en mi propia casa, hecho también singular.
¿Qué como accedí a cambiar mis reglas? No me lo pregunten, lo ignoro. Tal vez fue que se parecía a mi primer novio, tal vez estaba cansada o fueron aquellos ojazos verdes los que me obnubilaron como a una quinceañera.
El caso es que era miércoles y nevaba.
Abrí los ojos con un fortísimo dolor de cabeza y con la sensación de no poderme mover. Por desgracia resultó no ser una sensación. Estaba realmente inmovilizada, atada por las muñecas al cabecero de la cama. Después de forcejear, pelear, rendirme y repetir ese proceso mil veces, conseguí desatarme. Recorrí la casa incrédula viendo como había sido completamente expoliada: cajones, armarios y baldas estaban volcados en el suelo. Dirigí la mirada al cristo de Medinaceli, bajo cuyas faldas escondía todos mis ahorros y maldita sea, allí estaba con las faldas remangadas y el armazón vacío.
Entonces lo recordé todo; vi. como brindábamos una y otra vez por nuestra felicidad mientras me susurraba meloso “estaremos siempre juntos” y yo, como una imbécil, me adormecía en sus brazos pensando “este es, por fin, el hombre de mi vida”.

desasosegada

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