Su carne tenía el sabor y la suavidad del pan fresco. Flotaban en su aroma notas de pueblo y leña sobre un fresco fondo de levaduras. Cuando amaba, crujía como corteza recién horneada. Y aunque (como todo o casi todo) se perdió en el tiempo, su recuerdo vive tierno en cada bocado con olor a cereal.
mirina
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mirina

Aroma de pan, perfume de mujer.
ResponderEliminarEmbriagador y balsámico.
Todo lo cura, todo lo salva.
Pasión plácida,
placidez apasionada...
Gracias por tu poética secuela, Anónimo, y por una de las posibles interpretaciones, porque si te fijas bien, también puede ser perfume de hombre.
ResponderEliminarAquel día volvió a percibir su aroma...
ResponderEliminarPero sus otros cuatro sentidos quedaron huérfanos.
Ansiosos, expectantes, frustrados, anhelantes...
El sexto, sin embargo, le insinuó que no todo estaba perdido.
Gracias, Mirina, por evocármela.
@Anónimo
ResponderEliminarGracias por esta segunda buena interpretación (en femenino), Anónimo, ;)
Los recuerdos son ese gran tesoro de la mente que nos hace revivir el pasado como si fuese hoy. Casi siempre para bien, recuerdos gratos y placenteros. Pero tambien nos recuerdan otros episodios que nos entristecen o encolerizan.
ResponderEliminarUn relato tierno y esponjoso, grato de saborear y bien cocido por una gran panadera de las letras.