Pasé un mes simulando gorgojeos con apariencia de risa, hasta que un buen día pensé ¿Qué hago yo aquí, simulando alegría? y decidida me despedí.
Ya en la calle, me volví a mirar el anuncio del curso y me golpeé contra una farola, el chico que venía de frente no pudo reprimir las carcajadas y terminó contagiándome.
Con la nariz roja y la risa floja nos fuimos de cañas.
Hoy hace tres años que vivimos juntos y seguimos riéndonos de la vida.
desasosegada
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Dicen que, a fuerza de repetirla, la risa se hace costumbre. Pero lo cierto es que no hay nada mejor que una risa espontánea y feliz.
ResponderEliminarUn saludo.