Amaba Matías la ciudad en la que creció con tal intensidad que nunca salió de ella, ni siquiera un día, ni tan sólo unas horas. Cada mañana paseaba feliz por las mismas calles, saludaba a la misma gente y tomaba el café en el bar de siempre. Murió con la satisfacción del que ha exprimido su vida al máximo, y es que Matías abarcó todo su microcosmos.
Yira
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Yira

Muy bueno, Yira. Una buena reflexión sobre lo cotidiano y la fuerza de la costumbre. Un saludo.
ResponderEliminar@Hank
ResponderEliminarMuchas gracias.
Conocí a un tipo en Finisterre que me dijo que todo el mundo que pasaba por su bar le decía que aquello era lo más bonito del mundo, así que para que iba él a buscar por ahí.
ResponderEliminarUn beso.
Estupenda fidelización entre el título y el texto, Yira. Me alegra verte por aquí, bienvenida.
ResponderEliminarParece la historia del filósofo Kant y su ciudad, Kónisberg.
ResponderEliminarY en otra dimensión, quizás esa sea también la afortunada historia de algunos matrimonios.