El viento le arrinconaba contra las paredes rojas que, como enormes chimeneas, enmarcaban el profundo y desértico cañón. Más de un millón de años atrás, un ausente río fue limando la montaña haciéndola sangrar, empapando la tierra y de ahí, su color. Su caballo se desplomó exhausto y él apuró las últimas gotas que sudaban de la cantimplora. Apoyado como un lagarto en una de las secas aristas, agotaba la sombra de un saliente. No esperó a la noche. Dejándose caer, gritó sin voz: ¡Qué solo estoy!
country49
Por mucho que busco de forma optimista otra salida a tu texto, coincido con tu protagonista.
ResponderEliminarEn ese escenario, tan perfectamente dibujado...¡Qué solo está!
Un abrazo
La soledad rara vez es optimista. He pretendido dibujar la SOLEDAD con mayúscula y para ello la he rodeado de un ambiente propicio. Afortunadamente nada autobiográfico. Me encuentro rodeado de personas reales y virtuales maravillosas. Así que, Albada, has dado en el clavo.
EliminarUn abrazo
country49