miércoles, 30 de enero de 2013

Treinta años y un día

Aquella tarde, cansado de especular con el futuro, abrió el diario y tuvo la valentía de escribir: "Estoy escapando de la amargura del presente soñando como un niño con un mañana luminoso. En cuanto asuma que esa luz nunca la podré sentir limpia, aunque exista, desaparecerá la frustración y me resignaré a este descanso forzado". Hubiera seguido escribiendo lo que poco a poco sería una confesión consigo mismo en toda regla. Y en algún momento se hubiera preguntado a qué razón se debía expresar arrepentimiento veintidós años después. Pero la megafonía anunció con su estridencia habitual que la luz se apagaría un minuto después para imponer la hora de dormir. Llegada la oscuridad, y con el diario en la mano y el cuerpo extendido sobre el catre, miró a través de la ventana y vio una luna muy parecida a la de aquella fatídica noche de cólera incontrolable. Sonaron a tiempo tres toses muy seguidas y cerró los ojos, agradecido por poder regresar de los recuerdos. A las siete en punto otra vez la imperativa megafonía. Pero mientras despertaba creyó que estrenaba otra vida.

Anónimo veneciano

1 comentario:

  1. Unas veces la realidad nos alivia de un mal sueño y otras el sueño de una mala realidad.

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