Un ácaro visto al microscopio es un ser verdaderamente repugnante… excepto para una ácara. El de nuestra historia era un magnífico ejemplar de quinientas micras cuya hembra –llamémosla Elsa- habría sido la más feliz de las arácnidas si no fuese por los celos. Willy –llamemos así a su galán- saboreaba con soñadora fruición las partículas que desprendía la nacarada piel de otra hembra: la bella usuaria humana del colchón en que ambos habitaban. A Willy, que siempre había sido megalómano y pretencioso, le consumía este amor disparatado e imposible. Pero entre las hembras acáridas funciona una solidaridad inquebrantable, y no hay piel humana que resista a medio millón de ácaras segregando desechos a destajo. Así que la bella rival sufrió una feroz urticaria y el colchón de Elsa y Willy acabó en el vertedero municipal. Allí finalizaron sus días, consumidos ella de amor, él de nostalgia y ambos de inanición.
El Manco del Espanto
El Manco del Espanto