Permaneceré en solitario, y aprenderé a escuchar al amigo de la noche de ayer, que me relató la historia de las lluvias, que acontecieron sobre espíritus mojados por las aguas de la dársena.
Un día muy, muy lejano, en una tribu humilde…allá donde crecían las raíces, la naturaleza reposaba, el cultivo de la vida y los sueños era apacible. Llegó el hombre blanco con su letal profecía, prometiendo oropeles y dorados. Regalando metales bañados de dolor, confusión y asesinato y fundó presencias de ausencia en la tierra indígena.
Vírgenes en los mercados de placeres donde se venden armas, niñas y alcohol a la ignorancia, selvas que llegaron a la ciudad.
Los jóvenes, iluminados, abandonaron los poblados y a sus ancianos y se convirtieron en nativos indigentes en el asfalto de hormigón de polígonos de hielo, prisiones de libertad y olores mentales. Así emergió la nueva tiranía en una hacienda con caudillo y cuando, extasiados, quisieron regresar a su antigua morada, a la añorada existencia que les colmaba de gratitud, decidiendo demandar indulgencia por su desafortunado peregrinaje. Sombras blancas, encapuchadas con antorchas en las manos, quemaron su arrepentimiento y a la tribu pacifica. El humo de las llamas ahogó sus almas y allí mismo, carbonizados, se encuentran aun hoy con los grilletes de la sumisión, creando generaciones de miedo y desengaño. El mundo en que nos encontramos tú y yo.
Kim Bertran Canut